Viejas vías de tren. (Flashbacks 3)

sábado, 12 de abril de 2014

«Live your life the way you want. You're going to die anyway.»

Cuando abrió los ojos, estaba tumbado en un mullido sofá color caramelo, de aspecto vintage. Kyle no recordaba cómo había llegado allí, sólo recordaba haber bebido demasiado la noche anterior. Levantó la cara del cojín de flores bordadas que tenía bajo la cabeza y observó la habitación con detenimiento. La pared tenía un papel con estampado de rosas rojas con sus tallos verdes, de ella colgaban cuadros de pájaros de todas las formas y colores, y había estanterías de libros por todas partes. Libros antiguos, libros sin estrenar, libros con el lomo desgastado de tanto releerlos y otros intactos. Libros de toda clase.
Todo aquello le recordaba a alguien, pero la pregunta era... ¿a quién?
Entonces una de las puertas se abrió y Annabelle entró al salón, aún en pijama. Su cabello rojizo parecía el de un león de lo enmarañado que estaba, y su rostro no tenía ni un gramo de maquillaje. Llevaba una camiseta blanca, con un estampado de pequeños gorriones marrones revoloteando, y unos pantalones beige. En la mano llevaba en osito de peluche.
-Buenos días -dijo, sonriendo.
Kyle se sintió estúpido al no haber adivinado de quién era aquel apartamento.
-¿Cómo... -empezó a preguntar.
-...has llegado aquí? -terminó ella, y suspiró-. Es una larga historia...
Pero en realidad no era tan larga. La noche anterior, Kyle había estado en un bar con sus amigos. Decidieron beber unas copas, y la cosa se le fue de las manos. Acabó borracho y peleándose con un hombre al que no conocía de nada y por ninguna razón coherente. El tipo le dio un puñetazo, él cayó al suelo y se desmayó. Nadie supo a dónde llevarle, ya que no conocían el lugar donde estaba su casa, así que llamaron al primer número que encontraron en su teléfono para que lo "acogiese" durante aquella noche. El último número al que había llamado era el de Annabelle. La pelirroja había contestado al segundo timbrazo, y cuando le contaron lo ocurrido estuvo allí diez minutos más tarde para llevar a Kyle a su apartamento.
Cuando Annabelle terminó de hablar, miró al joven con una sonrisa triste y le apartó un mechón de pelo color almendra de la cara, con lo que él gimió de dolor, ya que debajo del flequillo se escondía un enorme moratón que rodeaba su ojo gris. Ella se mordió el labio, preocupada, y examinó la herida.
-Parece que ya está mejor, aunque no del todo. Voy a por algo de hielo.
Kyle observó cómo Annabelle se marchaba hacia la cocina, y se fijó en que llevaba unas zapatillas con orejas de conejo. Era tan infantil que cualquiera diría que tenía diez años. Pero en ella se veía diferente, en ella era atractivo. Al menos, eso pensaba él.
Le había llevado a su casa, sin dudarlo un segundo. No pudo evitar que a sus finos labios se les escapara una débil sonrisa al pensar en aquello. Sin embargo, le invadía una sensación de vergüenza ahora que Annabelle sabía qué clase de chico era.
Porque, a decir verdad, Kyle no era el típico chico responsable que se porta bien con todo el mundo, lleva camisas de cuadros y corbatas, es puntual y enamora a las chicas con su carisma e inteligencia. Ni siquiera se acercaba a ser así. Más bien era la cara contraria de la moneda.
Pero con Annabelle todo cambiaba. Cuando estaba con ella no quería meterse en problemas, ni pasarse las noches bebiendo de bar en bar. Cuando estaban juntos, Kyle sólo quería abrazarla y decirle lo mucho que la quería, y protegerla, a pesar de que sabía que ella no le necesitaba para eso. Sabía cuidar de sí misma, cosa en la que era diferente a Kyle. Él no sabía cuidarse.
La pelirroja volvió a entrar en el salón, esta vez con un vestido de cuadros escoceses y sus típicas rosas en el pelo.
Kyle se había puesto de pie. Tenía un plan en mente. Quería llevar a Annabelle a un sitio especial, como había hecho ella al guiarle hasta el Penny Lane's Café aquel gélido día que parecía tan lejano y del que, sin embargo, no había pasado más de un mes.
Cuando la chica intentó ponerle hielo en la herida del ojo, él le apartó la mano con cuidado.
-No hace falta, de verdad. No es nada.
-"Nada", dice. ¡Pero si pareces un dálmata!
-Eso no ha tenido gracia.
-Sabes que sí.
Kyle intentó contener una sonrisa, sin resultado.
-Oye, lo digo en serio. No pasa nada, sólo es un moratón. He tenido heridas peores.
Ella resopló, preocupada por lo que le pudiera pasar. ¿Solía meterse en peleas a menudo? Lo había dejado claro con su última frase. Annabelle no hacía otra cosa que pensar en cuidarle hasta que estuviese bien, pero al parecer no era el tipo de chico que dejaba que le curasen las heridas. Él más bien dejaba que cicatrizasen.
-No voy a dejar que me encierres aquí todo el día y hagas como si fueras mi madre. Tengo otros planes para hoy.
-Nadie me había dicho que tuvieras planes... -dijo ella, decepcionada.
-Perdón. Quería decir tenemos.
Y dicho esto, agarró la huesuda muñeca de la chica y la arrastró hasta la puerta. Ella corrió tras él hasta la calle, sin saber muy bien a dónde se dirigían.
-Y... ¿a dónde dices que vamos?
-Es una sorpresa.
-Si tratas de hacerte el misterioso, no te está funcionando.
-Vaya. Creía que sí.
Ambos rieron juntos, y el sonido de su risa fue como una melodía, acompañada con el ritmo de sus pies golpeando las baldosas grises.
-Toma -dijo él, sosteniendo un trozo de tela azul, que parecía haber sido anteriormente parte de unas cortinas-. Tápate los ojos.
-Vaya, sí que decías en serio lo de la sorpresa -dijo ella mientras rodeaba su cabeza con la tela.
-Yo nunca hablo en broma.
-Sí, claro, y pretendes que me lo crea.
Siguieron caminando, con la mano de Kyle rodeando la de Annabelle, a veces sin decir nada, compartiendo tan solo silencios y de vez en cuando una indicación por parte del joven. A él le empezaba a doler todo el cuerpo, debido a la pelea del día anterior. Aún así, no paró de andar. Nada iba a conseguir estropearle aque día, ni siquiera las densas nubes grises que cubrían el cielo, anunciando de nuevo tormenta.

-¿Ya hemos llegado?
-Sí. Puedes quitarte la venda.
Lo primero que notó fue la luz entrando en sus pupilas y dejándola ver de nuevo. El cielo era aún más gris que cuando habían comenzado a caminar. A medida que se acostumbró, vio que estaban en un lugar a las afueras de la ciudad, y se preguntó cuánto habían estado andado. La verdad era que había perdido la noción del tiempo, y también de la distancia.
El suelo estaba cubierto de tierra, no de baldosas grises como las nubes que tapaban el azul del cielo. Había plantas por todas partes, la mayoría con las ramas completamente descubiertas, sin una sola hoja.
Estaban lejos de la carretera, a más de un kilómetro de la autopista más cercana. Alejados de todo.
Cerca de donde estaba Annabelle, el suelo ya no estaba cubierto de tierra húmeda, sino de piedras. Cientos de pequeñas piedrecitas blancas que creaban un camino a través de aquel lugar, y continuaban más allá de donde se encontraban los dos jóvenes. Por encima de las piedras, unas gruesas tiras de metal se extendían llegando más lejos de lo que la vista llegaba a alcanzar. Parecían oxidadas, como si se hubieran usado durante años, y sin embargo tenían aspecto de abandonadas.
Eran las antiguas vías de tren de la ciudad, inutilizadas desde hacía una década.
Annabelle seguía contemplando el paisaje, asombrada, y a la vez asustada de que por allí pudiese pasar algún tren de forma inesperada.
-Tranquila -dijo Kyle, como si le hubiera leído la mente a la chica-. Hace diez años que no pasa un tren por aquí.
-¿Por qué las dejaron de usar?
-En realidad no fue solo estas vías. Todas las de la cuidad y sus alrededores se cerraron. Demasiados suicidios.
Annabelle dejó escapar un grito ahogado, sin creer lo que oía. Le parecía increíble que la gente pudiera llegar a ser tan infeliz.
-La gente simplemente se ponía entre las vías y esperaba a que... Bueno, ya sabes.
Ella ya sabía lo que ocurría después. Sin embargo, no quiso imaginárselo, y apartó la imagen de la cabeza.
Kyle esbozó una sonrisa triste.
-Pero recuerda -dijo el joven, con voz seria-, la gente nunca muere de suicidio. Mueren de tristeza.
-Eso es jodidamente cursi -replicó Annabelle, mientras miraba al suelo y daba golpecitos con la punta del zapato a las piedras.
-Lo sé. Pero también es jodidamente cierto.
La pelirroja no pudo hacer otra cosa que asentir, tratando de asimilar las palabras de Kyle. Era cierto que la razón de la muerte de las personas nunca era el suicidio. La verdadera razón era aquella que les había llevado a quitarse la vida.
Era la tristeza.
De repente, Kyle desapareció tras un arbusto y volvió con una especie de manta de lana. La extendió entre los dos raíles, sobre las piedras blancas.
-Te he traído a este sitio porque es donde vengo cuando necesito estar solo. Cuando necesito pensar.
-¿También vienes cuando reflexionas sobre café? -dijo ella, sonriendo, mientras recordaba lo que se podría llamar su primera cita.
-Tienes que aprovechar cualquier ocasión para hacer una broma, ¿no? -se quejó él, compartiendo su sonrisa, y también su recuerdo.
-Perdona -se disculpó Annabelle, con una pequeña carcajada.
-Como iba diciendo -continuó Kyle-, vengo cuando necesito estar solo. Pero resulta que ahora ya no quiero estar solo. Sólo quiero estar contigo.
-Aw, eso es muy, muy cursi -se rió, con una voz dulce-. Y me encanta.
Se lanzó, literalmente, a los brazos de Kyle, y ambos compartieron un abrazo durante unos instantes.
Después, se tumbaron entre los dos raíles, observando a las grises nubes que tapaban la luz del Sol.
Hubo un largo rato de silencio absoluto, en el que los dos jóvenes se dedicaron a pensar y a compartir el silencio, y al final fue Kyle quien lo rompió.
-¿No te parece irónico que tantas personas hayan muerto en estas vías... y que nosotros estemos tumbados en ellas, sabiendo que no corremos ningún peligro?
-Al fin y al cabo, toda bestia muere algún día.
Kyle asintió, y dejó que Annabelle se acomodara sobre su hombro. Entonces, ella pudo ver que el joven tenía una frase tatuada en el brazo.
Alea iacta est.
-¿Qué significa? -preguntó, con curiosidad.
A Kyle le tomó unos instantes saber que se refería al tatuaje, y cuando lo entendió, dijo:
-La suerte está echada. No puedes cambiar tu destino.

                                               ***                                                





Life's a battle
and sometimes
you loose it.
Love always,
-Merce.

2 comentarios:

  1. HOLA.

    YO, ANNIE MONTROSE, TESTIFICO QUE LA SEÑORITA MERCE FEARLESS QUIERE MATARME POR HACER CAPITULOS TAN PERFECTOS.

    Osease que me estas metiendo a cail, a la versión pelirroja de merce y vias del tren en un mismo capitulo y y y yo hiperventilo.

    SIGUE ESCRIBIENDO Y NO ME MATES

    #Dato: estoy inentando disfrutar estos capitulos happys pero vivo con el jodido terror de que en algun momento cail la cagará y y y mi cuerpo no esta listo para eso.

    bisooous

    - Annie

    PD: Espero no haberte asustado lechuga?

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  2. Me estoy leyéndome los relatos desordenados!!! Ay qué lío! Pero de verdad que me-encantan

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