«And I don't know why, but with you I'd dance in a storm in my best dress, fearless.»
Eran
las cinco de la tarde y Kyle estaba observando las nubes, sentado en
aquellas viejas vías de tren, en aquel lugar que anteriormente había
compartido con Annabelle. Hacía un día gris, casi igual que aquel
en el que los dos jóvenes se habían tumbado juntos a contemplar el
cielo y a pensar. Casi como aquel día en el que habían compartido
el silencio.
Sin
embargo, aquel día parecía tener menos color, ya que la pelirroja
no estaba allí. Kyle la había llamado para ir al Penny Lane's
Café o a cualquier otro sitio juntos, pero ella había rechazado
la oferta. Le había dicho al chico que estaría ocupada terminando
algo.
Y era
ese algo el que rondaba por la cabeza de Kyle desde la llamada
de teléfono que había compartido con Annabelle. Por su mente había
varias preguntas que no dejaban de atormentarle, y a las que no
encontraba respuesta. ¿Qué sería lo que tenía que hacer
Annabelle? ¿Estaba ella con alguien? En caso de que la respuesta
fuera sí, ¿con quién? ¿Y por qué prefería estar con esa persona
antes que pasar el día con él? ¿Por qué lo que estaba haciendo
era tan importante como para dejarle tirado a él?
Cuanto
más se hacía estas preguntas, menos clara estaba la respuesta, y
gracias a esto, una estúpida duda iba creciendo cada vez más en su
pecho. Quería que ella estuviese con él. Le importaba muy poco lo
que tuviese que hacer. La necesitaba a su lado, y se odiaba por ello.
Se
odiaba porque nunca había dependido de aquella manera de una chica.
Se odiaba porque no quería hacer una montaña de un grano de arena.
Se odiaba porque no quería ser posesivo con ella. Se odiaba porque
se había enamorado sin remedio de la pelirroja.
Pero
era algo que ya no podía solucionar. Él era Kyle Dixon, el joven
que enamoraba a las chicas con sólo una mirada y una media sonrisa
pícara, el que no tenía que decir más de dos palabras para
conquistar a cualquier mujer, el que controlaba las relaciones y las
dejaba cuando se cansaba de ellas. Sin embargo, aquella relación no
la tenía controlada. Sentía un vacío cuando ella no estaba allí.
Sentía que todo se iluminaba cuando la veía llegar, con su cabello
rojizo alborotado y repleto de rosas frescas. Estaba enamorado de
verdad.
Y,
joder, estar enamorado dolía.
Dolía
mucho.
Kyle
dio un trago a su cerveza y saboreó la amarga bebida. Dejó que el
botellín colgara de su mano, con peligro de caer y romperse en mil
pedazos, e intentó abstraerse un poco buscando formas en las nubes
que surcaban el cielo gris. Una era un pájaro, como aquellos que
tenía el pijama de Annabelle, un gorrión en pleno vuelo. Otra
parecía una taza de café humeante, y le recordó al día en el que
la joven y él se habían conocido, cuando él la había seguido
hasta aquella cafetería.
Pronto
se dio cuenta de que no era capaz de ver formas en las nubes que no
tuvieran relación con ella. La extrañaba más de lo que quería.
Bebió
un trago tras otro del botellín medio vacío hasta que no quedaron
más que un par de gotas en el fondo de la botella de cristal. Dio
vueltas al líquido amarillo que quedaba, observando como se movían,
tan solo para matar el tiempo. Tras unos segundos, aquello empezó a
parecerle absurdo, así que dejó el botellín en el suelo, justo al
lado de donde estaba sentado, junto a los otros tres que se había
tomado.
Normalmente
no habría bebido por una chica. No, él no era del tipo de personas
que ahogaban las penas en el alcohol, ni tampoco en el humo de un
cigarro. Cuando Kyle bebía o fumaba, lo hacía por diversión.
Pero
aquel día era diferente. Ella no estaba allí, y algo tenía que
hacer para olvidarse. Era consciente de que estaba exagerando las
cosas, que probablemente ella no estaría haciendo otra cosa que
tareas de su apartamento, o quizás unas simples compras con alguna
amiga. Él lo sabía. Pero el problema era que, aún así, estaba
dolido, sin más razón que la ausencia de la pelirroja.
Tras
unos minutos en los que trató de dejar la mente en blanco, empezó a
oír pasos que se acercaban hacia allí. Se volvió para ver de dónde
venían, pero no había nadie. Se dio la vuelta de nuevo y se encogió
de hombros, quitándole importancia. Entonces se oyó un ruido que
venía de los arbustos, y antes de que Kyle pudiera girarse, unas
huesudas manos le taparon los ojos.
-¿Quién
soy? -preguntó una voz inconfundible.
-Déjame
adivinar... Mi madre -bromeó él, con una gran sonrisa en el rostro.
Annabelle
quitó las manos de los ojos de Kyle y se sentó a su lado, cruzando
las piernas. Iba descalza, y en las manos llevaba sus típicas botas
country marrones, destrozadas de tanto uso. Su cabeza estaba
coronada por las habituales rosas rojas, y llevaba el rojizo cabello
recogido en una trenza que caía por su espalda.
-Qué
gracioso eres -dijo ella, aún recuperando el aliento, ya que había
ido corriendo todo el camino hasta allí.
Sonrieron
a la vez, y entonces el joven se dio cuenta de que Annabelle llevaba
en la mano la carpeta de sus dibujos, la misma que le dejó ojear el
día que se conocieron. Parecía entusiasmada por algo, y aferraba la
carpeta contra ella como si le fuera la vida en ello.
-¿Qué
tienes ahí? -preguntó Kyle mientras hacía un intento de quitarle
la carpeta, pero Annabelle la quitó de su alcance.
-Eh,
no seas impaciente.
-¿Impaciente?
-se preguntó él, sin dirigir la pregunta a nadie más que a sí
mismo.
La
pelirroja abrió la carpeta y rebuscó algo entre todos los papeles.
Cuando por fin lo encontró, su rostro se iluminó, y le entregó el
dibujo a Kyle.
-Feliz
martes -dijo, sonriendo.
El
folio estaba repleto de retratos del joven. Kyle observando las
nubes, tumbado en las vías de tren. Kyle compartiendo un café con
ella en el Penny Lane's. Kyle durmiendo en el sofá color
caramelo, con el moratón rodeando su ojo gris. Kyle sonriendo,
mientras miraba hacia alguien -seguramente ella- entre la multitud,
exactamente igual que cuando se conocieron.
Él
estaba sorprendido. Annabelle había captado perfectamente su
expresión, dura pero aun así agradable, y cómo sus ojos grises se
iluminaban como si fueran chispas en un día nublado.
-¿Por qué? -preguntó él, aún contemplando asombrado los dibujos.
-Ya te lo he dicho. Feliz martes.
-Annabelle Rosseau, no juegues conmigo. Tiene que haber alguna otra razón.
-Eres la persona más tozuda que he conocido nunca, Kyle Dixon. Creí que te debía algo, idiota. Quería recompensarte por todos los días que has estado a mi lado. Por eso, hoy es sólo un día más, pero tú estás conmigo. Así que feliz martes.
-Aw, esta vez eres tú la cursi.
-Y por eso no quería explicártelo. Porque es cursi.
-Que sea cursi no quiere decir que no me encante. Gracias, pelirroja. Te quiero.
-Yo también te quiero.
Hubo unos minutos de silencio en los que ambos se quedaron abrazados, sintiendo la respiración y el latido del corazón del otro. Había sido la primera vez que habían pronunciado las dos-grandes-palabras, la primera vez que habían mostrado sus sentimientos sin indirectas.
Entonces, Kyle recordó la razón por la que había invitado a Annabelle a pasar el día con él: también tenía un regalo que darle.
-Eso me recuerda... Yo también tengo algo para ti.
Rebuscó en su bolsillo y cuando el tacto de aquella cadena fría, de plata, dio contra su mano, sonrió.
-¿Qué? -preguntó ella, curiosa.
Ni siquiera sabía por qué había metido el colgante en su bolsillo antes de salir de casa, sabiendo que no la iba a ver, que no iba a poder dárselo. Quizás fuera porque sentir aquella llave golpeando contra su pierna cada vez que daba un paso le reconfortaba, le recordaba a Annabelle.
-Feliz martes -le dijo, mientras le rodeaba el cuello con aquella fina cadena.
La llave cayó por encima de la camisa que llevaba aquel día la pelirroja, y cuando ella la vio, se lanzó a los brazos de Kyle, estrechándolo en un fuerte abrazo.
El pequeño collar plateado rebotó en su ropa, metiéndose por dentro de esta, y encajó perfectamente con aquel hueco que tenía Annabelle en el centro del pecho. De alguna manera, la completaba, igual que hacía Kyle.
Era perfecto.
***
La llave cayó por encima de la camisa que llevaba aquel día la pelirroja, y cuando ella la vio, se lanzó a los brazos de Kyle, estrechándolo en un fuerte abrazo.
El pequeño collar plateado rebotó en su ropa, metiéndose por dentro de esta, y encajó perfectamente con aquel hueco que tenía Annabelle en el centro del pecho. De alguna manera, la completaba, igual que hacía Kyle.
Era perfecto.
Because these things will change.
Can you feel it now?
This walls that they put up
to hold us back will fall down.
Me encanta, me encanta, me encanta Merce. Ya me estás dando tu talento para escribir eh jajajaja
ResponderEliminarEspero que sigas escribiendo y subas pronto los siguientes capítulos que me dejas en ascuas!!!
Besooooos♥
Me encanta que pongas la cita de Change... Aww cómo amo esa canción.
ResponderEliminarUn beso enoorme,
Leila Different